
El Fútbol Club Barcelona dijo adiós a su segunda final de Liga de Campeones consecutiva tras vencer en el Camp Nou al Inter de Milán por 1-0, resultado insuficiente para remontar el 3-1 favorable a los italianos en el encuentro de ida. Los azulgrana, que jugaron en superioridad numérica durante una hora tras la expulsión de Motta, se quedaron a un gol del éxito, pero su falta de determinación les privará de pelear en el Santiago Bernabéu por el máximo título europeo.
Acostumbrada como estaba la pelota a aliarse con la propuesta más bella, el fútbol se enfadó con el arte en el peor momento. Traicionó al Barça a un peldaño de la final soñada en el Bernabéu y se abrazó al Inter, que cazó una final de Copa de Europa después de 40 años gracias a un ideario paleolítico, el único capaz de desvencijar a un equipo que había unido hasta ahora el éxito con el buen gusto.
Se dio cuenta Mourinho que para torturar al Barça no podría usar sus mismas armas, así que le dio por zarandear al fútbol, como hacía el Inter de siempre, para ver si así sonaba la flauta. Y escuchó música celestial cuando el equipo de Guardiola dobló la rodilla. El Barça sigue asociado al placer, pero esta vez le faltaron argumentos más convincentes ante un rival que le anudó de mala manera incluso en inferioridad numérica.
La misión de Mou era jugar a no jugar, y al Barça, con 90 minutos por delante para entonar la heroica, le dio un telele. Se pasó toda la noche masticando la pelota sin pensar en nada más y con Motta en el vestuario a la media hora. Pero sólo en el epílogo se vio en el espejo cuando Piqué marcó a cinco de la conclusión. Demasiado tarde, pues el Inter ya había construido un zafarrancho de hormigón a prueba de todo.
Castigó el balón al Barça y lo simbolizó Messi a la perfección. El argentino, al que se le esperaba en una cita de tanta envergadura, apenas dijo esta boca es mía. Fue una mala noche para los artistas. Fue la noche en la que el fútbol cambió de bando.